23 noviembre 2010

Gobernar: La circense y feliz fábula de un país sin futuro.

Publicado por Fernando Donatien

Alguna vez leí en un rayado callejero “EL CIRCO SIGUE, LOS PAYASOS CAMBIAN”. Tenía 10 años y creí en el mensaje. Ahora he crecido y me he dado cuenta de un ligero error en la expresión, lo correcto debería ser “EL CIRCO SIGUE, LOS PAYASOS TAMBIÉN SIGUEN”, ¿O acaso nadie se ha percatado que cuando un circo comienza, un payaso hace reír y luego éste mismo hace las veces de trapecista, luego de malabarista, mago, vendedor de maní, etc.? Mirémoslo bien, un político es multifacético, lo sabe todo y está capacitado para todo. Un período Ministro de Salud, luego es gerente del Banco Central, y luego se las puede arreglar perfectamente de Subsecretario. ¿En qué universidad se estudiará omnipotencia?
¡Y que gentil es el maestro de ceremonias! Él, preocupado por sus artistas, los va rotando entre los distintos números cuando al público no les parecen buenos o no desempeñaron su función como al maestro le gustaría.
Que infinitamente misericordioso maestro: jamás despide a alguno de sus prodigiosos artistas, sino que los manda a tierras lejanas como honorables y “preparados” embajadores de su circo.
Y ahí está la gente, sumida en la credulidad, ignoran inocentemente que una minoría libre de infiltrados tiene fríamente calculadas todas las técnicas para impedir la superación del vulgo. Pobres masas, si supieran que por años se han reído de ellos y de sus sueños de un mundo mejor, que los han venido conservando en una burbuja de utopías llamadas “oportunidades”, en mitos urbanos llamados “subsidios”.
¡Que feliz es el público con el circo! ¿A quién le importa si hay trabajo, vivienda, comida, salud, educación, justicia, etc. Si la función está tan entretenida? ¿A quién le importa el futuro, aquel momento en el que el show terminará y haya que volver a la vida triste y normal de todos los días?
Redoble de tambores. Se ven algunas caras tristes. La función está por terminar, los más grandes prodigios, sorprendentes trucos de magia, y espectaculares acrobacias están reservados para el término del show. Es la apoteosis final. El público está sumido en un clímax emborrachante y sofocante de luces y sonidos. Todos los payasos hacen el espectáculo final: perfecta sincronía y coordinación en todas sus formas, no se escatiman gastos para lo que el público merece.
Y la función termina. La amplia mayoría de los presentes aplauden vigorosamente sobre sus asientos, los artistas hacen interminables reverencias mientras el público arroja flores y pide por más show, rogando casi hasta las lágrimas porque en el próximo período el circo vuelva con más y maravillosos números, que llenen de felicidad a todos los que paguen por el espectáculo. Algunos payasos lloran, quieren seguir haciendo su rutina para causar la alegría de la gente.
Entonces he ahí la verdad, la triste verdad: nuestro sistema se asemaneja a un circo pobre, pues ni siquiera son capaces de contratar más personal para sus oficialistas espectáculos. ¿Pero a quién le importa que el personal circense sea reducido si es que mantiene entretenido al respetable? Por algo es una elite circense, no cualquiera está facultado para el show-business.
Prepárense para aplaudir hasta la demencia, pues otro show está por comenzar.