09 mayo 2011

El fin de la espera

A veces uno espera, pasa horas esperando sin saber a qué o a quién se espera. La mente divaga barajando las opciones pero nada, no se sabe. Cuando eso sucede, el tiempo no acompaña, no es capaz de sentarse a tu lado y decirte “bueno vieja, te espero, te doy un segundito”. Al contrario, el tiempo se burla de los que esperan haciéndose relativo. No confundan la espera con el acto inmóvil de un ente que babea mirando la nada, no señor. La espera suele estar envuelta en monotonía. Y uno se despierta, sonríe, respira, avanza y retrocede, así, en la espera. A veces la esperanza que viene con ella, te da un empujoncito y pum, saliste a buscarlo. Todavía no se sabe qué, pero la expectativa te susurra que las posibilidades aumenten en la búsqueda, para luego, encontrarte con el vecino que convencido te dice “cuando menos te lo esperes, las cosas llegarán”. Y tu perdiendo el tiempo buscando. Cambiado el rumbo, ahora adoptas la postura “no me importa, no espero nada, tengo todo lo que necesito aquí conmigo”. Y las cosas sorpresivamente cambian. No abruptamente, pero cambian, se sienten distintas, un poco mediocres, pero agradables, dejan un saborcito amargo en el buenas noches que sientes sólo unos segundos antes de dormir. Ya no sueñas (para que queremos ilusiones). Y así acompañas al tiempo. Un rato. Un buen rato. Un poco más. Tu sigue, profesionalízate en el camuflaje. Y un día, rota tu coraza. Cuando ibas sentada en el tren, te diste cuenta. Lo descubres y algo se llena en ti, por ahí dentro. Y te mira y te roza. No hay que seguir esperando, no hay motivos para seguir disimulando, ahora te sacas el camuflaje, los escudos y tu piel se llena de aire.

A veces el tiempo se apiada de los mediocres y les regala oportunidades.