01 noviembre 2011

MANUAL PARA PERVERSOS


La Tecampana.
José I. Delgado Bahena

A Óscar, de niño, su padres lo ponían a vender cajitas de arroz (un pan elaborado con arroz molido que se vende en un molde rectangular, prendido por dos palillos de zacate) a un lado de la presidencia municipal; después, cuando estudiaba la secundaria, en la Ignacio Altamirano, aprovechaba sus horas libres, por las tardes, para ayudarle a Rufino en su expendio de mole rojo, típico de la región, y sacaba sus buenos centavos de aquel entonces.
Después, cuando decidió irse a la Ciudad de México, para cursar la escuela preparatoria con el fin de lograr el pase directo a la UNAM, y estudiar la carrera de abogado, se dedicó a promover, entre sus compañeros y maestros, las tradiciones de su pueblo natal y organizaba excursiones los fines de semana para que vinieran a visitar las famosas piedras de la Tecampana y conocieran la danza de los diablos.
Por eso, con motivo de haber terminado su carrera, el grupo de Óscar, compuesto por veintidós muchachos, entre hombres y mujeres, visitaron Teloloapan; pero, cuando subían por el cerro para llegar al lugar de las rocas cantarinas, Sandra resbaló, y Óscar, yendo a su lado, de casualidad, no tuvo más remedio que abrazarla, para evitar que cayera, y sus manos quedaron justo sobre los pechos de ella.
−Pinche Óscar –le dijo Sandra−, ¡qué manotas tienes!
−Perdón… −respondió él, sonrojándose.
−No. No te preocupes güey: me gustó.
Óscar sólo sonrió. De por sí, entre su familia: los Salgado, tenían fama de ser mujeriegos; “Para conservar la sangre”, decían. Con eso fue suficiente para que, los que observaron el incidente, lo comentaran en la noche mientras realizaban una lunada en el patio de la casa de Óscar quien, como anfitrión, organizó ese convivio entre sus compañeros de la facultad. (Ver más...)