17 mayo 2010

Para la Magia y la Desgracia:

Publicado por Grupo Asobe

La esperanza, un camino liso, el detalle feliz. La propia locura.

Aquellos que recuerdan haberla conocido, aseguran que durante sus últimos días no era la misma. Dijeron que estaba fuera de sí, como excedida. Había perdido el control y con eso todo el resto. Las malas lenguas la acusaban de pecaminosa, de liberal y revolucionaria y que esos ideales habían sido las cuerdas que la arrastraron a desvanecerse en la desgracia. Yo no me di cuenta de esa desgracia la última vez que la vi. Era invierno, revolcada y tendida sobre la arena recién humedecida de la playa Grande. El agua la tomaba y la soltaba desde el pelo, mientras ella se sonreía agradecida de la caricia.

Yo que pensaba conocerla un poco más, tenía ganas de seguir mi instinto. Busqué en los cajones alguna pista, algo que me llevara a presenciarla. Debajo de su mesa, entre los forros de su silla favorita y debajo del árbol de navidad que mantenía como adorno durante todo el año.

Mientras rompía una de esas bolas de vidrio rojo, recordé una de esas visitas invernales en las que tomábamos el té bajo la maraña de adornos que colmaban cada una de las ramas de ese empolvado atril de plástico. En un momento en el que ambas silenciamos la observe realizando uno de sus ritos más secretos. Con los ojos fijos en el reflejo de uno de los adornos, movía su cabeza de lado a lado, abría y cerraba la boca y se reía disimuladamente de las deformaciones que se reflejaban de su rostro, yo la imité y jugamos juntas un buen rato a falsearnos.

Ahora subo las escaleras que llevan a su refugio, intentando asimilar la importancia de ese momento. Tantos años compartidos y nunca logré convencerla de que me dejara entrar. Abrí la puerta y rápidamente me invadieron luces y destellos, encandilándome el sueño, la memoria y el sentimiento. En las paredes colgaban marcos vacíos, colgantes de vidrios, lozas rotas, espejos y papeles brillantes. Un colchón en el medio de la habitación me invitó a tomar asiento y ahí lo encontré. Su último momento de lucidez. Protegido dentro de una cajita de madera, se encontraba un pedacito de papel negro, donde la mujer escribió con tinta clara, la primera de mis filosofías. “Me costó mucho tiempo darme cuenta, todos estuvieron equivocados. Aquellos que piensan que lo han vivido todo, son los que menos me han escuchado”.

Doblé el papel por sus pliegues, de vuelta a la cajita y prestado a mi bolso. Cerré la puerta y me fui. El día estaba rejuveneciendo y otro recuerdo invadió mi memoria y mi espacio. Caminábamos por la arboleda, bajo las hojas multicolores. Yo miraba las amarillas, ella las naranjas. Las rojas y moradas parecían caer de celos. Se quitó los zapatos y hundió los pies en el barro, concentrada en los gorgoteos que soltaba la tierra. Alguien me dijo que si atajas una que venga cayendo, se te cumple un deseo, me dijo. Y sin moverse del charco levantó la cabeza, alzó los brazos y esperamos que una de esas caducas nos llegara de improviso.

Puede que haya estado loca, excedida y sin control, pero nunca fuera de sí. Es cierto que ya no era la misma, en sus últimos días llegó a ser mucho más que eso. Yo sólo la conocí a medias, puesto que me aisló de todo lo que pasaba en su cabeza, como hacemos todos creo.

Yo la defenderé hasta mi muerte, la vi cambiar de color cada otoño y secretamente siempre sentí que era una hoja perenne.

3 comentarios:

BMX photo dijo...

hola! como estas?
I hope you gain success all the time 0_0

warm greeting ^^

Deva dijo...

Bastante bueno, me gusta el "yo" del final, incluso habría añadido otro yo después de la primera coma y del "otoño".

Anonymous dijo...

bueno, me quedé como cuando uno se queda chupando los dedos despues de untarlo en el arequipe.

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