02 octubre 2009

Alma mía

Publicado por Grupo Asobe




 Recuerdos que no he parado de llorar
Mientras la miro inconsciente dormida
Tratando de robar del tiempo solo quiero evitar
Que su rostro muera entre mis manos
Que se deba marchar


Hoy el dolor es perderme en su mirar
Y aunque después ya no pueda respirar
Su destino muerte ahora es mi suerte sus ojos se cierran
Mi alma grita amor por favor vuelve y ella sin despertar


Mírame despierta ya que el alba llegara
Tienes que volverme hablar pues si no
Mi alma se va.
Mi alma se va.


Antes la felicidad en nuestro hogar
No era en sueño solo era nuestra realidad
Pero fue el destino en un día frío que quiso importunar
Espinando su alma con la muerte y con la oscuridad


Mírame  estoy aquí sin ti no se
Como vivir
Tienes que despertar pues si
No mi alma se va


En tu cama se que puedes ver
Y entender lo que es mi amor
A tu lado sin separarme debo
Comprender el adiós


Oda a un Alma que se va



Hay algo que cualquiera puede predecir sin temor a equivocarse: todos los que estamos vivos hoy (entre ellos todos los que están naciendo en el momento preciso que termina de escribirse o leerse esta frase), todos, vamos a morir. La vida, o mejor dicho, los seres vivos, son fugaces. A pesar de que esto es una certeza, a la humanidad le ha costado, y mucho, aceptarla así como así. La clave de ello radica en el temor: es la vida un bien frágil y costoso, es lo que incluye todo lo posible para nosotros. Pero lamentablemente, no dura para siempre. Por eso, las religiones del mundo han buscado un consuelo para tamaña verdad y han imaginado que algo más allá nos está esperando después de este “chispazo de luz entre dos abismos de oscuridad” (Nabokov dixit).
Vamos rápido al meollo del asunto: no hay “vida después de la muerte”. Cuando la muerte llega, lo hace para quedarse. Si bien cada culto puede ofrecer su propia versión del problema, una de las tradiciones más difundidas asevera que aunque hoy estamos vivos en un cuerpo biológico que tiene fecha de vencimiento, ese cuerpo alberga sin embargo un alma que no tiene tiempo y, por ende, trascenderá la muerte. Porque es “imperecedera”.

Ni materia ni energía

No parece necesario acudir a complejas teorías psicológicas para advertir que el miedo a la muerte es lo que ha hecho parir estas ocurrencias. La del alma trascendente es acaso una hermosa metáfora, aunque para muchos excede su carácter de “concepto”: es una “realidad”. La noción del alma aparece no ya sólo en la literatura universal, sacra o secular, sino en la convicción de la mayor parte de los humanos que hoy viven y, sin embargo –se dijo– tarde o temprano morirán. Ya va siendo hora de que la dejemos de lado.
El alma es para los diccionarios (reino de imprecisiones notables, si los hay) un “elemento inmaterial que, junto con el cuerpo material, constituye al ser humano individual”, además de “fuente de todas las funciones físicas y en concreto de las actividades mentales”.
Es importante recordar que, si bien el concepto de alma ha aparecido en todas las culturas, nadie ha podido dar prueba de su existencia. Si es “inmaterial”, dirán algunos, claro que no puede haber evidencia de ella, y sin embargo esto es errado. La energía también es inmaterial, pero podemos dar prueba de que existe.
La comparación no es caprichosa. La energía es tan poco tangible como el alma, y sin embargo, la observación del comportamiento de la materia ante ella, nos permite apreciarla. Nada de eso ocurre con el alma: no es ni materia ni energía. No constituye, entonces, el cuerpo humano como dicen los diccionarios, puesto que el cuerpo humano sí es sólo materia biológica y, de a ratos, transmisor o poseedor de energía.

Psicoelemento


Claro que, si se quiere ver al cuerpo como otra cosa que un manojo de órganos, de sangre y de huesos, podemos conceder que “posee” algo más: ideas. Las ideas anidan, sí, en un cuerpo tangible, y se producen merced al trabajo hacendoso y puntillosamente químico de las neuronas, en una fábrica majestuosa como es el cerebro y con el alimento vigoroso de la sangre. Las ideas son intangibles, inmateriales, y tienen un correlato material o energético sólo en la medida que llevan a, por ejemplo, modificar la materia o manipular la energía: si decido quebrar un leño o si decido encenderlo. Pero no se parecen a un tronco o a una fogata.
Si analizamos bien el asunto, el alma no pasa de ser una idea. A las ideas solemos dotarlas de vida propia, incluso fuera de nosotros: creemos que es el amor el que une al mundo y el odio el que lo divide, pensamos que la suerte nos ha puesto al lado a la dama más hermosa, y que la mala fortuna nos hace que tengamos los bolsillos livianos. Pero nada de eso existe como tal: son ideas, lo que se llama “ente de razón”, porque sólo pueden existir en el pensamiento. Si, a diferencia de otras ideas, el alma es una idea trascendente, no es que se eleve por nuestra capacidad de observación. Lo que sucede es que la trascendencia es una idea más, igual de simple e intangible y fuera de lo real, como el alma. O sea que, al contrario de lo que reza el diccionario, el alma no es fuente de la actividad mental, sino un producto de ese mismo trabajo.

En cuerpo y alma


Es curiosa la supervivencia del alma como algo más que una idea en personas razonables. Se parece mucho al caso de la idea de Dios. Y ya que mencionamos esta otra creación humana, pongámosla una junto a la otra y analicemos su relación: Dios, dicen la tradición judeo-cristiana y el islam, nos espera después de muertos para acoger nuestras almas si hemos cumplido sus preceptos. Ahora bien, ¿para qué nos va a dar Dios previamente un cuerpo si lo único que valen son las almas? ¿Para qué crear pues un mundo (eso para qué), donde tenga incidencia la carne, la materia? Y hablando de todo un poco, si se dice que Jesús aún está vivo en cuerpo y alma, ¿es porque a Dios sí le importa el cuerpo, a fin de cuentas?Sin alma resultan fútiles los inventos tales como el infierno o el paraíso, hospedajes definitivos, según la leyenda, para este elemento tan inasible. Sin alma, la muerte es lo que es, al fin: la interrupción de la vida. De otro modo, diría Borges, si hay un Dios y nos da en el alma la vida después de la muerte, ¿qué es la muerte entonces? ¿Una broma de mal gusto?