Estábamos todos sentados en la mesa dispuestos a comer, cuando los dos estallaron y me contaron lo que sucedía. Una situación confusa y vergonzosa para mí. Supongo que esperaban una contestación u opinión mía, pero es que no sabía qué decir. Sé que mi madre estaría pensando que la odiaba, y sé que mi padre estaría pensando que odiaba a mi madre y que me compadecía de él. Pues bien, estaban equivocados, los compadecía a los dos; y por supuesto, no odiaba a mi madre, sólo me preguntaba porqué lo hizo. Estaba entre la espada y la pared, ¿se suponía que tenía que elegir, que tendría que verificar que uno de los dos llevaba razón? No estaba dispuesta a elegir entre ellos, y, aunque decepcionada por ambos, me dolía mucho esta situación, porque siempre había dicho que podía presumir del amor de mis padres: tierno, sincero e infinito. Por lo que vi, me equivoqué.

Yo veía a mi hija remover los espaguetis en el plato mientras las lágrimas se le caían por su carita redonda. ¿Qué podría estar pensando? Me preguntaba avergonzado porque había llorado delante de ella; pero es que ya no sabía a quién recurrir. Tenía que contárselo todo antes de que yo explotase por dentro.
Todavía no sabe lo que en estos momentos aún puedo sentir. Hacía tiempo que no era feliz, que mi trabajo se había vuelto insoportable, y añoraba tiempos atrás…
Soy un blandengue, un hombre caído en las manos del amor, y que éste, traidor, me apuñaló por la espalda. Cuando me enteré de que mi mujer se entregaba en el lecho de otro hombre, me sentí insignificante. ¿De verdad había estado tan al descuido de ella, que ya ni siquiera me amaba? Imaginarla haciendo el amor con otra persona que no fuese yo me mataba por dentro. Yo ya me lo olía de hacía varios meses, pero jamás imaginé tal atrocidad por su parte… y es que nadie me comprende… ¿Acaso he amado mal? Yo creo que he sido el hombre que más la amado en toda su vida. Yo morí por ella, muero por ella y moriré por ella… jamás la dejaré de amar haga lo que me haga. Y la vuelvo a imaginar cómo me engañaba; cómo, en un hotel de lujo, pasaba las noches con otro hombre quizá más guapo que yo. ¿Qué puede pensar todo esto mi hija ahora que lo sabe? Sólo espero que para ella si haya sido buen padre y haya podido ver todo el cariño que le tengo…
Yo había sido la que más había llorado. Me siento cutre, rastrera, una lagartija arrastrándose por medio del desierto y que se siente pisoteada por sus seres queridos. Puede que no se lo crean, pero los quiero, tanto a mi hija como a mi marido. Lo que pasa es que no han sabido apreciar la opresión dentro de mi cuerpo desde hacía varios años. Recuerdo que el amor entre nosotros se fue apagando poco a poco, porque parecía que él ya no tenía tiempo para mí.
Puede que haya dejado de amarlo, no estoy segura… Pero lo último que quería hacer era dañarle… Me siento una persona mala, una pecadora que ha cometido adulterio durante los últimos nueve meses… Y cómo disfruté junto al otro… Me hacía sentir libre, hacía que olvidara todos los problemas que habían en casa… Pero ahora, que ya no lo voy a volver a ver en mi vida, quiero que todo esto se solucione, que mi marido me de una oportunidad, y que mi hija no me odie. Porque seguro que lo hace.
Dios mío… dame fuerzas, no puedo soportar la presión de ser odiada por el propio fruto de mi vientre… ¡Lo siento, de verdad! No quise hacerlo…
En aquel momento embarazoso, sentados en la mesa, se me hizo una situación algo tensa porque le habíamos contado a nuestra hija Carol lo que nos pasaba. No quiero imaginar lo que ahora pensaría de mí. Y, sin saber qué hacer y decir, tras la discusión recogí los platos y los iba metiendo al lavavajillas, él se levantó llorando de la mesa y se fue a fumar un cigarrillo al balcón, y Carol se encerró en el baño, supongo que para asimilar todo lo que ahora sabía y poder llorar tranquila. Yo, quien fui la mala y causante de todo aquello, me puse a limpiar la cocina. Supongo que fue uno de los pequeños castigos, entre otros muchos peores que todavía me quedan por realizar. Laura Martínez.