27 septiembre 2009

San Pablo, Oh San Pablo

Publicado por Grupo Asobe





De los 27 libros del Nuevo Testamento bíblico, aproximadamente la mitad tienen como autor al apóstol San Pablo. San Pablo escribió varias epístolas (cartas o mensajes) a varios pueblos. En ellas expone su pensamiento religioso y algunas cosas que, según él, Dios desea que sean cumplidas por todos.
Dentro de sus escritos, podemos ver muchas ideas que desde el punto de vista actual se tomarían inconfundiblemente como inmorales y absurdas. Sin embargo, mucha gente sigue creyendo que la Biblia es un libro que emana perfección y moralidad absoluta.
Por esto, analicemos al menos tres citas provenientes de las cartas de Pablo. La primera proviene de la primera epístola dirigida a los Corintios:
“En cuanto a las cosas de que me escribisteis, bueno le sería al hombre no tocar mujer; pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido. El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración; y volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia. Mas esto digo por vía de concesión, no por mandamiento. Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo; pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro de otro. Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo; pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando.”
—1 Corintios 7, 1-9.

Pablo, dice directamente que lo ideal sería que no haya relaciones sexuales entre hombres y mujeres. Y no solo se refiere a las relaciones extramatrimoniales, ¡sino incluso a las matrimoniales! Pero analicemos detenidamente qué es lo que implicaría esto. Primero que nada, significaría que lo ideal sería que todos sean célibes, por lo tanto la tasa de nacimientos decrecería tremendamente en las poblaciones humanas, llevando al ser humano a su propia extinción. Aún así, es de suponer que no todos cumplirían con tal compromiso de celibato; aquellos que sí lleguen a tener hijos como producto de una relación sexual, resulta que con el tiempo, generarán una población extraída de una pequeña parte de la población original, es decir, la(s) generación(es) siguiente(s) constituiría(n) una especie de pequeña muestra de la población, lo cual daría lugar a efectos fundadores continuos, causando así una mayor probabilidad de que la población total de seres humanos se extinga. ¿Es ese el deseo del Dios de la Biblia?

Pero, dejando de lado la biología, Pablo no solo dice abiertamente que lo ideal es mantenerse célibe, sino que si no eres célibe y no te casas, te irás al infierno. De esta forma el matrimonio sería una especie de condición obligatoria para poder disfrutar de una relación sexual sin temor a irse al infierno.

Es evidente que el concepto de que “la familia es el núcleo del cristianismo” es una invención relativamente moderna y conveniente para el cristianismo, dadas las condiciones sociales y culturales que se dan en la actualidad. Quizás el matrimonio puede ser conveniente para algunas personas y para otras no. Personalmente me parece que sí es conveniente y ventajoso en muchas formas, pero no por las razones brindadas por el cristianismo.

El segundo caso a analizar, ha sido extraído de la segunda epístola de Pablo a los Corintios:
“Yo Pablo os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo, yo que estando presente ciertamente soy humilde entre vosotros, mas ausente soy osado para con vosotros; ruego, pues, que cuando esté presente, no tenga que usar de aquella osadía con que estoy dispuesto a proceder resueltamente contra algunos que nos tienen como si anduviésemos según la carne. Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta.”
—2 Corintios 10, 1-6.

Aquí hay varias cosas que valen la pena analizar. Por un lado, está el hecho de que Pablo recalca que la vida material y carnal es desdeñable, ya que la verdadera vida (y el objetivo último) es la vida eterna espiritual. Esta forma de ver las cosas no hace más que contribuir al descuido de las vidas reales de las personas y a una poca valoración e importancia de las acciones que deberíamos tomar para con nuestro planeta; en cambio, la preocupación se centra en una vida fantástica, ilusoria y que responde exclusivamente a deseos y sueños humanos. Soñar e imaginar es hermoso, pero no a expensas de menospreciar y subestimar nuestra vida material natural: nuestra única y preciada vida real.

Otra cosa importante que podemos apreciar en este fragmento es la exhortación a la obediencia a ciegas; obediencia absoluta a la autoridad. En este caso la autoridad es Dios, pero esta forma de ver las cosas se extrapola en la realidad a toda forma de autoridad y manifestación de poder. Durante gran parte de la historia humana se ha hablado de patriotismo, respeto a los símbolos patrios, respeto absoluto a Dios y a sus representantes en la Tierra, entre otras formas de autoridad. Por supuesto que esto es exitosamente aprovechado por grupos minoritarios de elite que buscan obtener y mantener alguna forma de poder sin que las masas los cuestionen, produciendo a la larga, todos los problemas que conocemos en la actualidad: corrupción, tráfico de influencias, beneficios inmerecidos, explotación de los menos pudientes, etc.

Cuando Pablo dice que las armas espirituales basadas en Dios están “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta”, expresa nada más y nada menos que la abolición absoluta a la crítica y al cuestionamiento. Es decir, la búsqueda de la verdad mediante pruebas, o la corroboración de lo que se manifiesta, no tiene lugar a ser investigada por ningún motivo: si Dios y sus profetas lo dicen así, así debe ser, y punto, no se hable más.

Evidentemente el escrutinio de las ideas y los hechos que se manifiestan en la Biblia, es considerado por el cristianismo como signo de altivez, arrogancia y desobediencia. Resulta un poco absurdo pensar que un hipotético Dios omnisapiente desee que sus criaturas obedezcan cualquier cosa a ciegas y supriman su lado crítico, convirtiéndose en autómatas y meros peones dispuestos a aceptar cualquier cosa que se afirme, sin siquiera interesarse por saber un poco más.

San Pablo también escribió, dentro de sus epístolas, una dirigida a los romanos:
“¿Tienes tú fe? Tenla para contigo delante de Dios. Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba. Pero el que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado.”
—Romanos 14, 22-23

Una vez más, podemos apreciar la opinión de Pablo (y en general de cualquier religioso) acerca de la duda y la actitud escéptica. Después de tantas manifestaciones en contra de la duda y el espíritu crítico, podemos ver un mensaje que va enquistado en muchas secciones de la Biblia: Dudar es pecado, creer es un don. Sin embargo, si nos ponemos a pensar detenidamente acerca de esto, podríamos preguntarnos qué sería de las sociedades actuales y de los seres humanos si se hubiera suprimido el derecho (y el deber) de dudar. La respuesta es muy simple: Llevaríamos siglos o milenios de atraso tecnológico y científico, la calidad de vida humana estaría muy por debajo de los niveles actuales, las sociedades se desarrollarían en la barbarie y en una violencia sistemática, veríamos coaccionadas nuestra libertad de expresión y de acción, y seríamos esclavos eternos de unos pocos administradores del poder. Este mundo sería realmente horrible y se encontraría terriblemente manejado y devastado en muchos aspectos si no pudiéramos dudar de cualquier idea o concepto e investigar libremente la naturaleza.